Afortunadamente, no soy apegada a las cosas materiales; me gustan sí, pero si las tengo bien y si no, pues también. Si tengo algún objeto que me gusta, lo disfruto, pero si se me pierde o se rompe... que se le va a hacer!
Tampoco creo ser apegada a las malas mañas o a las características de mi personalidad que se puedan catalogar de "negativas", y digo "que se puedan catalogar", porque como todos sabemos, vivimos en una sociedad donde todo se desarrolla entre límites de normalidad. Lo que para mi es normalísimo, para mi vecino, amigo e incluso un hermano, puede ser la "anormalidad" más grande. Recuerden que nuestro cuadro de actuación y de convicciones, depende de la forma en que hemos sido criados y de la personalidad de cada quien.
Continúo. No estar apegada a las malas mañas, sólo significa que al cometer un error, actuar de una manera inesperada y no muy lógica, reflexiono, me reviso con toda honestidad y vuelvo sobre mis pasos, a enmendar lo realizado. No me quedo tercamente pegada en mis trece, solo para no dar mi brazo a torcer o para no dar la razón. Esto es inmaduro. Y quienes me conocen -los que me conocen, no los que creen conocerme y lo que ven en mi es solamente su reflejo- saben que es cierto, que actúo así
Sin embargo, padezco de una cantidad de apegos que son los más nocivos para nuestra Paz y nuestra emocionalidad: Soy apegada a las personas. Sobre todo a aquellas que en algún momento pensé que me profesaban un cierto aprecio y a quienes yo, realmente, de verdad verdad, quería mucho. Malo, malo.......Nunca debemos dar por sentado que alguien nos quiere y que va a estar ahí, cerca de nosotros por siempre, o al menos, siempre que se viva en la misma ciudad.
Ahora, volviendo sobre mis pasos en el tiempo, revisando mis apegos, me doy perfecta cuenta que debo trabajar más intensamente para borrarlos. El verdadero cariño, el amor real, deja en libertad a las personas, les da la libertad de elegir con quién y dónde quieren estar. Puede que nos duela mucho y muy profundamente, sin embargo, no se puede obligar a nadie a ser nuestro amigo porque la amistad no se mendiga, se da como una ofrenda. Reconozco -y me perdono por eso- que varias veces a lo largo de mi vida, mendigué un poco de amistad, sin percatarme de que tenía una gran cantidad de amigos, demostrados y comprobados a lo largo de los años. Y hasta hoy aun me pregunto ¿por qué lo hacía? y todavía no obtengo la respuesta. Porque soy humana, tal vez... Porque a veces actuamos tontamente... ¿por apego....?
Mi amiga, M.U., me dio una explicación del apego, no muy linda, pero muy real. Apegarnos a una persona y no poder soltarla, equivale a estar metida en un charco durante mucho tiempo, y haber aprendido a lidiar y a movernos en medio de esa fango con relativa comodidad. Nos acostumbramos a eso. Entonces viene alguien y nos ofrece una hermosa piscina con agua tibia, escalinata para entrar y salir, agua limpia y cristalina y no la aceptamos. Nos da miedo salir de nuestro charco donde ya nos hemos aprendido a mover con cierta seguridad. Eso mismo es estar apegado. No soltamos a la persona porque ya la conocemos, sabemos cómo va a actuar y sobre todo, sabemos cómo actuar para no buscar problemas. Es más fácil eso que empezar todo de nuevo con otra persona.
Pero llega el momento en que el fango es demasiado espeso; nos impide caminar, expresarnos, y en algunas ocasiones, hasta respirar. Este es el momento de soltar y dejar ir. Por nuestro bien, por nuestra tranquilidad, por nuestra salud mental.
Hace muchos años ya, tal vez diez o doce, pasé por una situación muy dolorosa con una amiga mía de muchos años. Lloré y lloré y volví a llorar, y en un momento de mucha rabia, pues no entendía a qué se debía esa situación injusta, di media vuelta y me fui. La solté y la dejé ir. Lloré un poco más, pero fui superando la situación. Nunca me olvidé de ella, por supuesto y en mi fantasía, pensaba en ella con rabia o nostalgia. Hasta ahora.
¿Hasta ahora? Sí. Pero no porque la haya olvidado definitivamente. Hasta ahora, porque volvió.
Sí. Volvió. Después de reflexionar, pues mi amiga es muy inteligente, se dio cuenta de lo que había pasado realmente y se dio cuenta de que no hizo lo que debía haber hecho, sino que siguió el impulso de su rabia y desencanto del momento; es decir, el veneno que le fue inoculado la cegó y la paralizo. Pasaron muchos años. Sí, muchos, pero también hubo situaciones que impedían el encontrarnos.
Ella hizo lo que cualquier persona medianamente sana hace: reflexionar con honestidad, sin proyecciones, sin apasionamientos, con objetividad, sin sacar conclusiones equivocadas o nacidas de la niebla de mente.
Reflexionó y vio que lo único que no había hecho en aquella oportunidad, era lo único que tenía que hacer: hablar conmigo y aclarar las cosas. Ella, mi amiga, es una persona SANA, emocionalmente sana. Y me buscó y me encontró. Porque cuando hay suficiente amor en ambas partes, la que busca, siempre encuentra y en el mismo tono y con el mismo matiz: afecto y amor real y sincero.
Sean libres, suelten y dejen ir. Si su consciencia está tranquila, si sus intenciones fueron nobles y llevadas por el amor y la bondad, no se preocupen. Cuando los ríos se desbordan, siempre vuelven a su cauce. Nadie es tan absolutamente malo o enfermo para no darse cuenta de sus errores. Sólo los que han perdido la razón y han sido clinicamente diagnosticados. Sólo ellos no entran en razón, porque simplemente, no pueden.
Dios está en nuestro corazones y la Justicia Divina existe y actúa.
Entonces.... suelte y deje ir....
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